Las
diferencias entre las fuerzas electorales en pugna en cada país, de derecha a
centroizquierda, cada vez tienen menos diferencias de fondo. A saber, se pelean
acusándose de todo, injuriándose por hacer tal o cual cosa o dejar de hacer tal
o cual otra, pero si están o estuvieron en el Gobierno, no hacen o hicieron nada
diametralmente opuesto al que hoy detenta el poder.
El
caso paradigmático se da en Alemania, donde la Unión Demócrata Cristiana y
el Partido social Demócrata, acaban de repartirse los ministerios después de
haberse enfrentado en elecciones que sirvieron para dirimir.....nada. Cada vez
más los partidos y agrupaciones políticas tienen más similitud con la política
yanqui, donde dos partidos se enfrentan en elecciones para después gobernar con
pocas diferencias de fondo.
Francia,
donde Mitterrand (socialista) fue quien desreguló la economía francesa y sus
planes los continuó Chirac desde la Presidencia con alternancia de ministros
socialistas y de derecha, sin que se noten cambios hasta la actual presidencia
de Hollande. Y similar continuidad se dio en Inglaterra, con liberales y
laboristas, en España, donde la burbuja financiera e inmobiliaria la empezó
Felipe González, la continuaron Aznar y Zapatero y ahora Rajoy intenta aplicar un ajuste que ya
Zapatero había iniciado.
Lugo,
en Paraguay, aparece muy distinto a sus antecesores del Partido Colorado, pero
el principal problema de la población paraguaya que es la terrible concentración
de tierras en pocas manos (el 2% tiene en sus manos en 85%) y la sojización que
hizo de Paraguay el 4° exportador mundial pero echó a los campesinos de sus
propiedades, no se detuvo durante su Gobierno y la represión de la Policía al
servicio de los terratenientes tampoco. Por eso cayó sin lucha. Para la gente
terminó siendo un poco más de lo mismo.
Lula
no cambió en esencia los planes económicos de Henrique Cardozo más allá de
alguna medida cosmética contra la indigencia. Tampoco Dilma. Por eso no fueron
sorpresa para nadie que conozca la política brasilera las manifestaciones
multitudinarias que saltaron por unos centavos de aumento en el transporte,
pero que traían años de acumulación de miserias en la gente. Uno de los chistes
más populares de Brasil el año pasado era que un brasilero le decía a otro “Brasil
pasó a ser la sexta economía mundial” y el otro le respondía “¡Qué bien!, pero
¿qué tiene eso que ver con nosotros?”.
Y
así podríamos seguir con una lista cansadora país por país. Por eso, cada vez
la gente se preocupa menos por la política y tiene menos expectativas en la
salida electoral. Por eso el voto es tan fluctuante. Por eso nadie concita el
entusiasmo popular por mucho tiempo. Por eso los espasmódicos estallidos
populares masivos, por eso las “sorpresivas” revoluciones (como en el mundo
musulmán), por eso la “democracia de a pie”, donde la gente expresa su reclamo
cortando una calle, incendiando una comisaría, o saqueando.
En
todos los casos, más allá de las caras que detenten el Gobierno, más allá de
algún subsidio o asignación a los sectores más desvalidos, o algún derrame de
un momento de buena economía, más allá de alguna medida progresiva en el
aspecto democrático (matrimonio igualitario, condena a represores, legalización
de la marihuana), en materia económica, la receta es parecida en todos lados.
Lo que cambia es de qué manera se aplica, de acuerdo a si se viene de un
proceso de estallido popular (como en Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina)
o se viene de un momento de quietud social.
Privatización
de servicios públicos, aumento de la desigualdad social, concentración de la
economía, medidas de protección a bancos, grandes ganancias del mercado
especulativo y pago de la Deuda Externa son los pilares de todo plan económico,
desde Irkustk a Usuahia, de Seul a Guayaquil, pasando incluso por la otrora poderosa
Europa (hoy llena de planes de ajuste neoliberal, con desempleo y miseria). Y
ello en el marco de un proceso contradictorio, donde una parte importante de
los países emergentes (Rusia, India, China, Sudáfrica, Angola, Brasil, Ecuador,
Perú, Bolivia, Argentina, etc) vienen de una década de expansión económica que les permitió dar algunas mejoras al
salario social.
Pero,
aún allí, cuando la crisis de la economía mundial los toca, el sistema de
ajuste siempre tiene la misma vara. La tijera siempre corta el hilo por lo más
delgado. El problema es que la gente no está muy dispuesta a ser el pato de la
boda. No entiende por qué y ya no hay nadie en quien confíe que le diga que
tenga calma que las cosas se arreglan. Ya no confía en nadie. Puede seguir
incluso varios años un Gobierno y dejarlo en cuestión de minutos cuando ya no
le da respuesta. Eso es lo que el marxismo llama “vacío de dirección”. No
porque nadie dirija (siempre alguien dirige), sino porque esa dirección solo la
posee mientras la gente crea que le sirve y le responde.
Por
eso el imperialismo no puede ganar ninguna guerra desde Vietnam, salvo Grenada
y Panamá. Por eso no puede atacar Irán, pese a las bravatas. Por eso no puede
trasladar la crisis a los países no desarrollados de la misma manera que lo hacía
en épocas anteriores, cuando la crisis jamás se descargaba sobre las espaldas
de norteamericanos o europeos. Por eso hasta los líderes que aparecen más sólidos
son sacudidos por movilizaciones en su contra.
Lo
único que hasta ahora no surgió es una agrupación, un partido, una corriente
que espeje ese proceso. Sí hay una cantidad enorme de listas antiburocráticas
que van conquistando sectores en el sindicalismo. Pero aún la dirección política
de las masas está vacante, después que la caída del stalinismo arrastró tras de
sí a casi todos los partidos populares, “progresistas” o nacionalistas
burgueses del mundo. Nasserismo, baasismo, partidos comunistas, APRA peruano,
MNR boliviano, PSD brasilero, etc y dejó huérfana de líderes mundiales a la
rebeldía popular. Pero, si sigue este proceso, todo tiende a indicar que se
cumpliría esa vieja norma de física y de política: “todo vacío tiende a
llenarse”