Hoy se cumplen diez años de Kirchnerismo y se impone
realizar un balance de esta década. Más aún cuando los balances que hasta ahora
logré escuchar o leer, considero que no terminan de despejar las aguas sobre lo
que diferencia a este modelo de la oposición y cuales son sus fallas.
Después de diez años y sin una crisis de las
dimensiones del 2001, sin una amenaza de cesación de pagos, sin un quiebre
productivo, sin un desempleo desbocado, la realidad ya no puede justificarse
por el “viento de cola”, ni pueden seguir admitiéndose amenazas apocalípticas
que llevan años sin corporizarse. Tampoco se puede dejar de ver la anarquía en
el trasporte, la debilidad de los servicios esenciales (gas - luz - petróleo),
la inflación, ni la persistencia de los bolsones (mucho menores eso si) de
marginalidad e indigencia. ¿Cuál es, en definitiva, el modelo kirchnerista?
Desde la constitución como Nación de la Argentina, con la
derrota de las propuestas federales (con la inestimable colaboración de
Urquiza), mediante la Guerra
del Paraguay, el aniquilamiento de las montoneras y la posterior masacre
indígena, la burguesía terrateniente (centralmente bonaerense), contando con el
manejo del Puerto y la Aduana,
hizo que el país entrara a formar parte del mercado mundial (dominado por
Inglaterra), desarrollando la ganadería y las exportaciones de carne (hasta
1880 la principal exportación era de lana) y centralmente la agricultura (hasta
1880 importábamos trigo) y para ello poblando el país con inmigrantes, e
importando todo (o casi todo) de nuestro comprador principal (Inglaterra).
En ese país, la clase obrera no era incorporada a la
ciudadanía y carecía de derechos. No votaba por ser mayoritariamente inmigrante
y los sindicatos eran casi ilegales. Por eso el gobierno “popular” de Irigoyen
no tuvo problemas en masacrar a los huelguistas de la Patagonia (1600
fusilados sobre 5000 obreros rurales en conflicto) ni mandar al ejército y las
bandas fascistas de Carlés a aplastar la Semana Trágica. Los obreros eran
inmigrantes y estaban amenazados por la inconstitucional Ley de Residencia a
ser deportados si se los consideraba “indeseables”. Ese es el país para pocos
de la “generación del 80”
que el librecambismo pondera como maravilloso (por eso, gracias a Menem,
tenemos a Roca, Mitre y Sarmiento en nuestros billetes)
El crack financiero del 29 hizo saltar por los aires
ese modelo ante la imposibilidad de Inglaterra de absorber las exportaciones de
granos y carnes. La guerra, posteriormente, agravó a límites inconcebibles esa
imposibilidad. La renta agraria (eje central de la acumulación capitalista de
riqueza nacional) no podía ser realizada. Inglaterra no estaba en condiciones
de proveernos ni de pagarnos.
Para resolver esto, un “socialista” amigo de los
golpistas del 30, Pinedo, propuso (un poco antes que Keynes elaborara un plan
parecido), que el Estado compre las exportaciones, pagando un precio sostén y,
en los hechos, se apropie de esa renta agraria (de allí la creación de la Junta de Granos y de
Carnes), la convierta en renta financiera (de allí la apropiación de los
depósitos como encaje contra Letras del Tesoro) y la vuelque a la formación de
industrias sustitutivas que provean al agro y al país de lo que antes
importábamos. Para ello tenía que haber un control de la masa monetaria (cierre
de la Caja de
Conversión y cambio de reglas del Banco Central). Para ello era necesario
desarrollar un fuerte mercado interno. Para ello era menester incorporar a la
clase obrera a la sociedad.
Desde el 32 ese plan de sustitución de importaciones
se llevó adelante sin cambiar en la esencia, pese al cambio de Gobiernos (Perón
- Aramburu - Frondizi - Illia - Onganía - Lanusse y Perón). Solo Rojas y la
facción colorada del Ejército y el unionismo de la UCR intentaron volver atrás. La Libertadora sólo cambió
del yugo inglés al norteamericano. Pinedo planteó dos condiciones más que
ningún Gobierno llevó a cabo. Crear un mercado regional con el resto de los
países limítrofes (lo que implicaba fundamentalmente una alianza con Brasil, a
lo cual la concepción de la defensa nacional del Ejército y el conservadurismo
cerril de nuestra oligarquía se negó) y el cambio del Ejército por otro mas
pequeño y profesional, ya que si no, la estructura y ligazón de clase de este
estaría en crisis permanente con el proyecto.
Martinez de
Hoz, como representante de los productores de la renta agraria, con el
inestimable servicio del Ejército (donde triunfaron los colorados sobre los
azules) y mediante la
Dictadura, recuperaron el manejo de la caja, volvieron a imponer el plan de la “generación
del 80”,
desmantelando la industria, convirtiendo la renta agraria en renta financiera y
transformándola en Deuda Externa, volviendo a primarizar la economía. Alfonsín,
Menem y De la Rúa
mantuvieron ese proyecto hasta que estalló por los aires (como era previsible)
en el 2001.
Y allí, comienza una nueva historia, donde se recrea
el Plan Pinedo, primero, con Duahlde, tímidamente. Kirchner lo lleva adelante
incluso en las medidas que antes no se habían tomado, pero la continuidad la
marca que mantenga al Ministro de
Economía de Duhalde (Lavagna). Junto a ello, impulsa el desarrollo de la
sojización del campo y el avance de la tecnología verde. En estos diez años, la
cosecha de granos se multiplicó por nueve, (ensanchando el área de tierras
productivas al doble) y las exportaciones del país se incrementaron diez veces.
Eso le permitió la apropiación de una masa enorme de
capital (a través de las retenciones al agro), que se volcaron a socorrer la
inmensa masa que había caído en la marginalidad, a salario social (subsidios) y
a motorizar la industria sustitutiva con una ampliación enorme del mercado
regional. Para ello cortó con el monitoreo del FMI. No por antiimperialista, si
no porque este plan y las recetas del Fondo eran irreconciliables.
Pero, no salió tampoco del marco del plan Pinedo en
cuanto al desarrollo de una burguesía parasitaria (trasportes - servicios
privatizados - contratos de obra pública), ni dejó de desarrollar otra veta de
negocios que no entró en el reparto. Una minería que no deja dinero al país (y
es poco creíble que el Gobierno avale esto y la degradación que conlleva de
pura gauchada nomás) y una explotación petrolífera que solamente la inepcia
absoluta y la corrupción más desbocada obligaron a nacionalizarla porque amenazaba
el superavit primario obligando a la importación (perdimos en estos diez años
la capacidad de autoabastecimiento).
El cambio no es chiquito. Volvió a poner a la
política al mando, rebajando el poder de los Ministros de Economía que
oficiaban de voceros de las órdenes del FMI. Cambió la Corte para dar un marco
donde dirimir los pleitos interburgueses más confiable. Usó como bandera los
derechos humanos, dándole impulso para terminar de alinear al Ejército, pero no
desarmó la Policía
de Camps. Amplió márgenes de democracia como el matrimonio igualitario y el
derecho de género, pero defendió a rajatabla a los burócratas de los
sindicatos, combatiendo el desarrollo de toda lista opositora que impulsara la
democracia sindical (más de 4000 dirigentes sociales y sindicales llevados a
juicio son un ejemplo) y mantuvo los feudos territoriales (baste como ejemplo la Formosa de Insfran contra
la etnia Quom).
Por eso, pese a todos sus fallos, pese a la
corrupción y pese a la falta de estructura partidaria orgánica donde
sustentarse. Pese al descrédito que le aportan algunos aliados impresentables y
pese a las tensiones que los problemas irresueltos comienzan a traer
(inseguridad, inflación, malos servicios, etc) sigue sobrando a la oposición y
por eso esta no logra armarse ni darle batalla política, contentándose con
sacarle los trapitos sucios pero sin aportar ninguna propuesta. Porque, para
continuar este modelo, el neo peronismo de los Kirchner y asociados mostró ser
el más confiable. Y plantear públicamente volver al plan de Martínez de Hoz
(con todo lo que lleva aparejado) es
políticamente imposible.
Por eso, está década, creo yo, tiene perspectivas de
durar un rato más. Mal que le pese a muchos. El cambio por algo superior aún no
está a la vista