Acabo de releer un artículo escrito
por Carlos Gabetta en Julio del 2008, en medio de la crisis del campo. En él
mostraba que, mientras se peleaban oficialistas y opositores como si todo se
fuera al infierno en esa pelea (que pasó y todo continuó su rumbo), acusándose
mutuamente de desestabilizar, amenazándose con los peores epítetos, nadie,
nadie, ninguno de los sectores, planteaba el problema real atrás del problema:
la acumulación monopólica de las tierras, la ausencia de pequeños colonos que
en forma masiva tendrían que poblar los campos para dinamizar el país, igualarlo, la inequidad de la distribución de la renta agraria, la
falta de presión tributaria sobre las más feraces tierras del mundo, etc, etc,
etc.
Y esa, no otra, es la cuestión medular
de la impotencia argentina de pergeñar un modelo inclusivo, de horizontes de
larga proyección, de generar políticas de Estado, de acabar con las falsas dicotomías. Para verlo
más lejos, más objetivamente, a la distancia, voy a tomar un ejemplo histórico.
Desde 1815 hasta 1824 se enfrentaron
en forma armada, con batallas, muertos, heridos, gastos inmensos de recursos y
fragmentación permanente del país, por un lado los porteños de la Primera Junta hasta el
Directorio (que representaban la burguesía comercial importadora) contra los
caudillos provinciales (desde Artigas a Bustos, pasando por López y Ramirez) y
a la par y a continuación los ganaderos de Buenos Aires (que darían origen a la
oligarquía terrateniente que desplazó a los directoriales y gobernó el país
hasta nuestros días), comandados por Rosas y Martín Rodriguez, contra Ibarrra,
Paz, Lamadrid, etc). Dentro de ese marco, a la vez se enfrentaron Artigas
contra Ramirez, López contra Bustos, Ibarra contra Guemes etc, etc, etc.
¿Por qué destaco esos
enfrentamientos en esas fechas? Porque fue durante el lapso de tiempo en el
cual San Martín (dirigente político y militar muy por arriba de todos sus
contemporáneos), armaba el Congreso de Tucumán junto a Pueyrredón y el ala “continentalista”
de la Logia Lautaro
para declarar la
Independencia y cambiar el eje de la guerra dejando de pelear
por el dominio de la plata de Potosí (no en balde el 80% de las batallas se
dieron en el Alto Perú) y enfocarlo en la derrota del bastión realista en Perú,
actuando en consonancia con Bolivar.
Por hacer esto, por no aceptar las órdenes
del Directorio de bajar con su Ejército a Buenos Aires para derrotar a Artigas
fue declarado traidor por el Gobierno porteño y, después de Chacabuco, el Ejercito
de los Andes se reunió en Asamblea y declaró a San Martín su dirigente político
y militar, es decir, dejó de ser un ejército argentino y San Martín y toda su
oficialidad y tropa dejaron de recibir ayuda y paga desde Argentina, pasaron a
se un ejército apátrida.
En acuerdo con O’Higgins, Chile
solventó el Ejército y formó la
Armada al mando de Cochrane que liberó a Perú y, desde ese
momento, San Martín y su ejército se solventaron del fisco peruano. Por eso San
Martín dejó el mando a Bolivar (que contaba con el sustento - que también
perdería después-) de la Gran Colombia
(Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador) y se fue a su ostracismo francés. Mientras,
en Argentina no recibió ningún homenaje y fue execrado hasta que Mitre en la
fundación de la Historia Argentina
lo vuelve a ubicar parcialmente en el lugar que le corresponde.
Ese olvido de nuestros héroes lo muestra
brillantemente la película Revolución. Por ese olvido Bouchard, (el gran
corsario de San Martín) terminó preso, Monteagudo asesinado, y Condarco Soler y
tantos otros oficiales pasaron al
olvido. Solo Las Heras y Lavalle (por sus servicios a la oligarquía porteña uno
y al ejército invasor anglofrancés, el otro, son destacados). El único militar
fiel a San Martín - Guemes - fue asesinado por una conjura de la burguesía
salteña con los españoles.
Como verán, el enfrentamiento
fraticida, sin cuartel, divisionista y estéril de los sectores de la burguesía
argentina no es de ahora ni nació con el peronismo. Y la irrupción masiva de la
población en la política (dando cierto orden al desorden y gestando los
avances) se dio en las invasiones inglesas (origen de nuestra independencia), del
90 al 20 (dando nacimiento al voto popular) y el 17 de octubre (gestando el
peronismo).
Desde el 82, esa irrupción volvió a
manifestarse, masiva, sostenida y permanente como nunca antes, con picos como
el 2001. Ningún dirigente político, hasta ahora, pudo representar en su totalidad ese proceso. Por eso las
desigualdades siguen. Por eso los feudos provinciales y municipales se
perpetúan. Por eso la política sigue siendo un caldo de corrupción que mancha a
todos.
Pero... hasta ahora no han logrado
desarmar la movilización de la gente. No se frena la “democracia de a pie”. ¿Cómo
terminará? Eso esta abierto. Pero la Historia no es siempre como los poderosos la
escriben ni siempre se da como la planean. Por suerte