domingo, 5 de enero de 2014

El juego de las diferencias




            Las diferencias entre las fuerzas electorales en pugna en cada país, de derecha a centroizquierda, cada vez tienen menos diferencias de fondo. A saber, se pelean acusándose de todo, injuriándose por hacer tal o cual cosa o dejar de hacer tal o cual otra, pero si están o estuvieron en el Gobierno, no hacen o hicieron nada diametralmente opuesto al que hoy detenta el poder.

            El caso paradigmático se da en Alemania, donde la Unión Demócrata Cristiana y el Partido social Demócrata, acaban de repartirse los ministerios después de haberse enfrentado en elecciones que sirvieron para dirimir.....nada. Cada vez más los partidos y agrupaciones políticas tienen más similitud con la política yanqui, donde dos partidos se enfrentan en elecciones para después gobernar con pocas diferencias de fondo.

            Francia, donde Mitterrand (socialista) fue quien desreguló la economía francesa y sus planes los continuó Chirac desde la Presidencia con alternancia de ministros socialistas y de derecha, sin que se noten cambios hasta la actual presidencia de Hollande. Y similar continuidad se dio en Inglaterra, con liberales y laboristas, en España, donde la burbuja financiera e inmobiliaria la empezó Felipe González, la continuaron Aznar y Zapatero y  ahora Rajoy intenta aplicar un ajuste que ya Zapatero había iniciado.

            Lugo, en Paraguay, aparece muy distinto a sus antecesores del Partido Colorado, pero el principal problema de la población paraguaya que es la terrible concentración de tierras en pocas manos (el 2% tiene en sus manos en 85%) y la sojización que hizo de Paraguay el 4° exportador mundial pero echó a los campesinos de sus propiedades, no se detuvo durante su Gobierno y la represión de la Policía al servicio de los terratenientes tampoco. Por eso cayó sin lucha. Para la gente terminó siendo un poco más de lo mismo.

            Lula no cambió en esencia los planes económicos de Henrique Cardozo más allá de alguna medida cosmética contra la indigencia. Tampoco Dilma. Por eso no fueron sorpresa para nadie que conozca la política brasilera las manifestaciones multitudinarias que saltaron por unos centavos de aumento en el transporte, pero que traían años de acumulación de miserias en la gente. Uno de los chistes más populares de Brasil el año pasado era que un brasilero le decía a otro “Brasil pasó a ser la sexta economía mundial” y el otro le respondía “¡Qué bien!, pero ¿qué tiene eso que ver con nosotros?”.

            Y así podríamos seguir con una lista cansadora país por país. Por eso, cada vez la gente se preocupa menos por la política y tiene menos expectativas en la salida electoral. Por eso el voto es tan fluctuante. Por eso nadie concita el entusiasmo popular por mucho tiempo. Por eso los espasmódicos estallidos populares masivos, por eso las “sorpresivas” revoluciones (como en el mundo musulmán), por eso la “democracia de a pie”, donde la gente expresa su reclamo cortando una calle, incendiando una comisaría, o saqueando.  

            En todos los casos, más allá de las caras que detenten el Gobierno, más allá de algún subsidio o asignación a los sectores más desvalidos, o algún derrame de un momento de buena economía, más allá de alguna medida progresiva en el aspecto democrático (matrimonio igualitario, condena a represores, legalización de la marihuana), en materia económica, la receta es parecida en todos lados. Lo que cambia es de qué manera se aplica, de acuerdo a si se viene de un proceso de estallido popular (como en Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina) o se viene de un momento de quietud social.

            Privatización de servicios públicos, aumento de la desigualdad social, concentración de la economía, medidas de protección a bancos, grandes ganancias del mercado especulativo y pago de la Deuda Externa son los pilares de todo plan económico, desde Irkustk a Usuahia, de Seul a Guayaquil, pasando incluso por la otrora poderosa Europa (hoy llena de planes de ajuste neoliberal, con desempleo y miseria). Y ello en el marco de un proceso contradictorio, donde una parte importante de los países emergentes (Rusia, India, China, Sudáfrica, Angola, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, etc) vienen de una década de expansión económica  que les permitió dar algunas mejoras al salario social.

            Pero, aún allí, cuando la crisis de la economía mundial los toca, el sistema de ajuste siempre tiene la misma vara. La tijera siempre corta el hilo por lo más delgado. El problema es que la gente no está muy dispuesta a ser el pato de la boda. No entiende por qué y ya no hay nadie en quien confíe que le diga que tenga calma que las cosas se arreglan. Ya no confía en nadie. Puede seguir incluso varios años un Gobierno y dejarlo en cuestión de minutos cuando ya no le da respuesta. Eso es lo que el marxismo llama “vacío de dirección”. No porque nadie dirija (siempre alguien dirige), sino porque esa dirección solo la posee mientras la gente crea que le sirve y le responde.

            Por eso el imperialismo no puede ganar ninguna guerra desde Vietnam, salvo Grenada y Panamá. Por eso no puede atacar Irán, pese a las bravatas. Por eso no puede trasladar la crisis a los países no desarrollados de la misma manera que lo hacía en épocas anteriores, cuando la crisis jamás se descargaba sobre las espaldas de norteamericanos o europeos. Por eso hasta los líderes que aparecen más sólidos son sacudidos por movilizaciones en su contra.

            Lo único que hasta ahora no surgió es una agrupación, un partido, una corriente que espeje ese proceso. Sí hay una cantidad enorme de listas antiburocráticas que van conquistando sectores en el sindicalismo. Pero aún la dirección política de las masas está vacante, después que la caída del stalinismo arrastró tras de sí a casi todos los partidos populares, “progresistas” o nacionalistas burgueses del mundo. Nasserismo, baasismo, partidos comunistas, APRA peruano, MNR boliviano, PSD brasilero, etc y dejó huérfana de líderes mundiales a la rebeldía popular. Pero, si sigue este proceso, todo tiende a indicar que se cumpliría esa vieja norma de física y de política: “todo vacío tiende a llenarse”