Se terminó
la fiesta
En
el año 2001 el país se encontraba al borde del estallido. No había nadie que
pudiese contener la marea de descontento. Era tan grande el temor a las
movilizaciones de masas que querían barrer con todo y todos, que se tomaron
medidas extremas. Para que se entienda, dos representantes de lo más rancio de
la derecha peronista tomaron medidas cuasi revolucionarias para la pacata,
timorata y arcaica visión que de la política tiene nuestra esclerosada burguesía.
Rodríguez Saa decretó el No pago de la Deuda Externa y Duhalde impuso las
retenciones impositivas a la exportación de granos para obligar a una
democratización mínima de la renta agraria.
Pero
eso no fue suficiente. Y desde el lejano sur vino la respuesta, sobre la base
de la sojización, abrir la puerta a los pooles de siembra para que traigan las
inversiones necesarias en tecnología verde, expandir la frontera agraria y multiplicar por
cinco o seis la cosecha. Con la enorme masa de dinero que las retenciones sobre
esa producción hicieron ingresar a las arcas del Estado, dar respuesta a las
necesidades populares, ampliar el mercado interno y volver a la sustitución de
importaciones, completando la propuesta con la bandera de los Derechos Humanos.
Y esto en el marco de un acuerdo con la CGT (Moyano) para ir encauzando el desborde.
Pero,
el resto quedó intocado. En los servicios (trasporte, energía, comunicaciones,
etc) siguió sin cambios la política menemista del remate. Solo cuando la
avaricia privada y la falta de control estatal llevó las cosas al límite,
poniendo en peligro elementos básicos de los servicios públicos, cuando la
quiebra de las compañías era casi un hecho, por necesidad y nunca por convicción
o deseo, el Estado se hizo cargo de los muertos (AySA, Correo, Trenes, Aerolíneas,
YPF) y ahora enfrenta la crisis de la electricidad. De la misma manera, la política
de remate del país impuesta por el menemismo, continuó su curso en estos años
en la minería, cubriendo la caja de la política.
En
el 2011 se rompió el Frente Popular, con el primer giro de timón. Ahora, el carnaval
populista llegó a su fin. Para que quede claro: el 40% de las exportaciones
argentinas ($ 85.000 millones de dólares) está en manos de 15 empresas (La Nación
30/7/11), o mejor, el 85% de las exportaciones está en mano de 150 empresas (informe
CRA 12/2013). ¿Qué significa esto? Que el anuncio de Capitanich de la devaluación
del 25% significó que cambiaron de mano en ese momento $ 18.000 millones de dólares.
Hubo una reasignación de la renta, dándole a las 150 empresas monopólicas una
masa de dinero igual a los presupuestos enteros para salud y educación. Eso es
para que sepamos donde está la plata que nos van a decir que falta para dar
aumento a los maestros, invertir en hospitales o cosas parecidas. La tienen
Cargill, Nidera, continental, Techint, etc, etc...
Si
a eso le sumamos el “entendimiento” con el FMI y los acuerdos con el Club de
París para volver a endeudar al país. Si a eso le sumamos la intención del
Gobierno que las paritarias sean anuales (cuando los aumentos son día a día) y
que no pasen del 25%, queda claro quién es el pato de la boda. Es correcto el
titular del diario Perfil “La City festeja la ortodoxia K”. Volvieron los
Golden Boys, no con Cavallo ni Redrado, sino de la mano de Kicillof y Cristina,
con Scioli buscando dinero en EEUU para garantizarle a las grandes Empresas el
flujo de divisas.
Ahora,
el decirlo, el intentarlo o el lograrlo son dos cosas distintas. Porque la
gente no dejó nunca de movilizarse, han surgido por debajo una cantidad
importante de listas alternativas a la vieja y corrupta dirección peronista de
los sindicatos y no hay un solo político en el cual la gente confíe para que la
pueda convencer de tragarse el sapo del ajuste. La alta votación del Frente de
Izquierda solo fue un espejo anticipado de este proceso que se evidenció más
fuerte en los eslabones más débiles de una clase política que hace mucho, al
decir de Horowicz, dejó de ser una clase dirigente.
El
próximo round de esta pelea son las paritarias. Ya hubo un anuncio que
presupone la aceptación de esta batalla: las clases no empiezan el 26 de
febrero, tal como se anunció el año pasado. Y tengo muchas dudas que puedan
empezar el 5 de Marzo. El Gobierno tiene
de su lado el aval de la CGT. Puede imponer en dos o tres grandes gremios su posición,
puede que en más. Pero...uno solo de los gremios importantes que logre quebrar
ese tope, hace saltar por los aires su política. Y, si el Gobierno no puede
imponerla, va a convertirse en un limón exprimido al cual la burguesía ya le
sacó todo el jugo y no le sirve más. Ese es el trasfondo del discurso de
Cristina. Su aceptación a los dictados de las Grandes Empresas y su necesidad
de vencer o morir en la aplicación de este ajuste. No son de placidez y calma
los tiempos venideros.